Pollera Pantalón: Especial Narrativa

24.09.2015 21:30

 

En la última edición de Pollera Pantalón se produjo una novedad. La incorporación de la narrativa en lo que hasta entonces había sido dominio exclusivo de los poetas locales. Para ello, se convocó a dos narradores jóvenes considerados pesos pesados dentro de las letras: Lucila Lastero y Daniel Medina.

   El ambiente de la Musa, sitio de reunión para otras convocatorias artísticas cuenta, por ahora, con las dimensones justas; afortunadamente ya empieza a quedar chico ante la creciente afluencia de público.

  Con permiso de tanta feminista susceptible, empezaré por la dama, más bien por orden de aparición que por otro criterio.

  Lucila Lastero es profesora en Letras y ejerce la docencia en la Universidad Nacional de Salta. El dato no es menor porque sirve para que afloren ciertas discusiones, no en cuanto a su talento para la escritura, sino para el rumbo que tomó su narrativa. Sobre esto volveré hacia el final del comentario.

  Lastero inició su lectura de cuentos en los cuales busca sumergir a los oyentes en una atmósfera suburbana, esto es en los sectores marginales de la ciudad. Así, inicia un recorrido que hace agua por donde se lo mire (o se lo escuche, como en esta propuesta). La narradora trata de construir un mundo ficcional carente de verosimilitud debido, en gran parte, al desconocimiento del lenguaje de la villa y de sus códigos. Incluso los apodos de los personajes suenan demasiado forzados. “Tano” y “Guillote” parecen sobrenombres de chicos de la zona de Tres Cerritos quienes se juntan los domingos a jugar al rugby en vez de alias tumberos que designen a seres marginales, sumergidos en la pobreza, entre el alcohol y la violencia.

  Si el cambio de timón en la narrativa de Lastero intenta bucear en el naturalismo, debería saber que hay que documentarse al respecto. Aquí aparece otro punto interesante, la forma es importante en cuanto conforma el marco donde se desarrolla una historia que, por otro lado, resulta desvaída y cuando ¡por fin! encuentra su objetivo, abunda en lugares comunes. Pero la forma no lo es todo. Además la autora tiene una tendencia molesta a explicar demasiado los acontecimientos. Acaso ella crea que el lector/oyente no será capaz de reconstruir por sí mismo las elaboradas tramas de su afinada pluma o teclas de su notebook.

  La selección léxica tiende a confundir significados y, peor aún, arcaísmos en relatos que tratan de ser actuales. Pero sí incluye una prolija enumeración de marcas de vehículos, gaseosas que no aportan nada al cuento. Acaso sean los sponsors de la escritora. El lenguaje gauchesco y el villero parecen ser lo mismo en estas historias:

  “-¿Che, has visto cómo son las cosas en el barrio, pué?”-dice uno de los personajes en determinado momento. Es evidente que Lastero no lo ha visto, ni escuchado, ni pasó cerca de un “barrio” ¿o no era una villa? Si algún habitante de de las villas de Salta escucha estos cuentos como descripción de su entorno, pediría un mail para que le expliquen de dónde salió todo este delirio.

   Para volver a la cuestión mencionada en un principio… ¿importa la técnica indudable que posee una docente formada en Letras o importa el conocimiento de la temática que se aborde en un cuento? Lastero olvidó la premisa básica de la cuentística en cuanto a conocer a fondo el mundo sobre el cual se escribe.

  Como escuché decir sobre una poeta que trataba de reproducir el lenguaje del pueblo sin conocerlo… “es una bailarina clásica del Colón que le falta  reggeatón”. Esto se aplica a Lucila Lastero.

  Lo peor es que la narradora explicó que había leído una serie de cuentos “inéditos”. Esto implica que amenazó con editarlos pronto. Sin embargo, si lo hace le sugiero que dicte un taller de escritura en la periferia salteña para captar de manera ajustada el sociolecto y pueda distinguir las edades, gustos e intereses en cada franja etárea para mejorar sus relatos. Alguien me señaló que toda la cuentística de la profesora son embriones de cuentos; tal vez habría que recurrir al aborto en estos casos.

  Como si fuera poco, leyó una serie interminable de microrrelatos de su autoría. La mayoría previsibles desde el inicio. De todos ellos rescato “Manos”. Brevísima lección magistral como oda a la crueldad humana.  Esto demuestra que ella debería encauzar sus relatos por lugares donde su técnica se pueda lucir con ese tono amoral tan agradable en este destello.

  Ahora bien, Daniel Medina leyó “Iniciar el juego” de su libro de cuentos Oparricidios y no puedo imaginar un contraste más notorio entre Lastero y él.

  Para cualquier gamer, el relato demuestra un apreciable conocimiento del mundo de los videojuegos. El testeador de juegos cuenta en primera persona un recorrido virtual por una Salta virtual que se vuelve más real que la realidad. El uso de la primera persona del enunciador se justifica en cuanto a la modalidad del juego y esta perspectiva dota de agilidad un recorrido que cuestiona la salteñidad sobre la que Medina busca abrir interrogantes más que responderlos para que cada salteño indague sobre su identidad cultural.

  El juego describe una ciudad llena de contradicciones donde la tensión entre las tradiciones y una posmodernidad han llegado a su punto máximo. Sin embargo, el cuento tiene múltiples maneras de interpretarlos y en estas posibilidades radica el acierto del texto y muchos de los cuentos que integran Oparricidios.

  Uno de ellos, si debo elegir uno solo por razones de espacio (y porque invito a quienes no leyeron el libro editado por Intravenosa a descubrirlos), es el de la identidad o salteñidad propia. Si lo identitario se encuentra en gestación, y acaso siempre lo esté, se pierde más aún en un territorio virtual donde cada quien se esconde en la superficialidad. El “viciar” se revela entonces como mucho más que un juego,  es una huida; un efecto de simulación donde las apariencias son lo que pesa. Y ya se sabe, cuánto más se intenta escapar de algo, más se termina de caer de cabeza en lo que se creyó dejar atrás. Y si no, pregúntenle al pobre Edipo y a su par contemporáneo en “Edipo para principiantes” también de Medina.

  No adelantaré el final pero cada quien podrá sumergirse en el lodazal de su preferencia. La redención está ubicada en algún lugar fuera del  relato. De todos modos, es una crueldad analizar un solo cuento fuera del conjunto del cual forma parte.

  En cuanto a cuestiones organizativas, se debería destinar un límite de tiempo para evitar que uno de los escritores, generalmente el que abre el evento, acapare todo el tiempo, máxime si se tiene en cuenta que la proximidad del lunes obliga a varios a retirarse temprano.

  Palabras finales para el acompañamiento de India Busquets para musicalizar los relatos de Lastero. Una voz cálida y llena de matices con letras de una simple profundidad, si se me permite el oxímoron, cantos a la tierra donde India manifiesta:

Y así, el día y la noche/

la lluvia que cae/

el cielo que cura cualquier amargura/

 

  Cualquier amargura, menos la de soportar los textos de Lastero.

  Victor Conti, ex integrante de “Anguila macabra” acompañó la lectura de Medina. Conti formaba parte de una banda de culto que tenía la particularidad de cautivar a rollingas, punks, metaleros y poperos por igual.

Amantes delirantes/

amor gigante/

cómo semejante/

hijo de puta resulté…

 

  El efecto hipnótico de Conti, capaz de cautivar a todas las audiencias desde los 8 a 80 años, es similar al de la narrativa mediniana.

Rafael Caro